El Ataque de la Anaconda

Hábitat

La anaconda se siente a gusto tanto en los árboles como en el agua; prefiere las pozas y los estanques de aguas quietas a las corrientes rápidas, por lo que es raro encontrarla a gran altura. Pasa la mayor parte del tiempo sumergida, acechando a su presa; la posición de las narinas le permite sumergir casi todo el cuerpo a modo de cripsis, y su poderosa musculatura la hace una rápida nadadora.

Ataque

Caza por lo general animales que se acercan a beber, sujetándolos con sus mandíbulas y aferrándose a ellos para enroscarse alrededor de su cuerpo y sofocarlos. Si encuentra la oportunidad de cazar en tierra, normalmente se descuelga desde una rama para sorprender a su víctima. Contra la creencia habitual, la constricción no mata por lo general directamente a la víctima, sino que le impide respirar, presionando el tórax para imposibilitar la inhalación.



La anaconda no necesita triturar a su presa, puesto que su mandíbula —como en todas las serpientes— se desencaja, permitiéndole tragar el alimento entero. La digestión de una presa grande puede demorar varias semanas, durante las cuales la serpiente se encuentra casi inactiva y dormita en una rama lo suficientemente fuerte para soportar su peso o a la vera del agua.

La anaconda es capaz de consumir presas de gran tamaño; el carpincho es una de sus víctimas predilectas, así como ejemplares jóvenes de tapir, pecarí, ciervo, y aún caimanes en caso de necesidad. Se alimenta también de huevos, aves, diversos roedores y otros reptiles menores.



Últimamente, se ha visto anacondas caníbales, devorándose a los de su propia especie. La mayoría de las especies que son vistas son hembras devorándose machos pequeños, posiblemente, para supervivencia durante la temporada seca, donde es difícil capturar una sustanciosa presa.




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